tienen un nombre.
Largo, corto,
romano, hebreo o germano.
Cada una bautizada con el nombre
que el viento atrajo a ese momento.
Y, sin embargo, no pretendo otra cosa
que alejarme del mundo.
Del mundo ciego, sordo y mudo.
Cada una de las palabras que me materializan
tienen un nombre.
Hoy es hebreo, mañana, quizás griego o romano,
y, sin embargo, mi realidad es una.
La real es otra.
Pero y si te dijera,
antes que me venza el sueño,
que no es a otro al que yo quiero.
Que es muy poca cosa lo que yo de ti espero.
Solo quiero saber de qué color tienes la mirada
en la mañana cuando el gallo canta.
A qué huele tu pelo cuando libre
revolotea al son del viento.
A qué saben tus caricias cuando, de forma intencionada,
pasas tu mano por mi cara.
Cómo suenan tus latidos cuando tus labios
alegres o dormidos, humedecen los míos.
Cómo suena tu sonrisa
cuando me la regalas sin yo pedirla.
Solo quiero que mis palabras sigan
llevando tu nombre,
solo por un rato,
por eso, te pido
que no dejes de mirarme.
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