Camino por unas calles por las que nunca tus pies han pasado,
y, sin embargo, tienen impregnado tu recuerdo
en cada acera, en cada letrero
o en cada gota de agua que salpique la fuente.
Los rayos del sol van calentando las piedras
y nuestras cabezas,
y como lluvia de oro derraman tu presencia por doquier.
Te llevo cargado,
mas eres liviano como una suave pluma
agitada por el viento.
Ese viento, que alborotando mi pelo,
descuidado y con disimulo,
me susurra tu nombre en secreto.
Hay abrazos que asfixian,
que retuercen y te ahogan en tu propio aliento.
Pero hay unos abrazos...
Hay unos abrazos gigantes,
inmensos y absolutos.
Abrazos que te llenan el pecho,
la sonrisa y hasta la cobija de aire fresco.
Abrazos que te acogen en el seno de un mundo abrigado y cálido,
donde el tiempo se detiene y el sonido cesa.
Me abrazas y me dejo abrazar,
y vamos más allá del entorno físico,
trascendemos las leyes del tiempo y del espacio
y nos sumimos en un abrazo universal.
el sendero que me une y al tiempo me separa de ti,
el camino escoltado por el estanque y el limonero
que deja caer sus frutos,
amarillos y aromáticos en un agua,
que imagino límpida,
sin mancha, virginal.
Cruzo ese umbral y eres una casa,
en la que almaceno unos recuerdos que nunca tuve,
en los que vivo una vida que no es mía.
Eres un lapso al margen de todo.
Veo como se alejan y nos dejan solos en un universo creado solo para mi,
en un continuo espacio - tiempo que se interrumpe
y forja uno nuevo que discurre paralelo;
sólo es mío,
y el tic tac ronco y hueco del reloj deja de existir.
Ya no soy yo;
aquí no soy yo.
Soy esa persona que solo existe
para ese mundo nuevo y esa casa.
El viento que nos envuelve de nuevo en un remolino,
será el que cuando no estés,
me recuerde con su abrazo tu pasión, tu devoción.
Allí será donde te busque,
en el viento que en las noches primaverales
me traiga tu aroma, tus manos y
tu aliento sobre mi piel.