Vino a mí sin esperarlo,
o bueno, quizás, lo anhelaba.
Llegó sigiloso, sutil, prudente...
y a la vez jubiloso.
Me elevó a grandes glorias,
y me convirtió en mejor persona.
Me vanaglorié de la mujer que era,
de la mujer en que me había convertido,
gracias a Él.
Lo amaba.
Lo amaba sincera y profundamente.
Él convirtió mi vida en un mundo de maravilla y de color.
Era mi ser, era mi vida, era ÉL.
Mas sin esperarlo,
y, esta vez, si que no lo esperaba,
sin saber cómo ni de qué manera,
el color dejó de serlo y
pasó a ser un blanco y negro.
Hastío, aburrimiento, cansancio
y... todo terminó.
Volví a ser quien era.
Ha pasado el tiempo y,
el dolor y frustración por la separación,
por buscar el orden original,
ha dado paso a una levedad
que me congracia conmigo misma.
Pero hay unas palabras que duelen más,
ahora que ya no estoy enferma de desamor.
Dónde se ha ido ese amor sincero y profundo...
que se ha perdido, se ha desvanecido entre suspiros y alientos.
¡Tanto como yo lo amé!
¡Tanto como lo lloré!
Me falta un trozo de mi carne,
que se desgarra y sangra de nuevo
cada vez que pienso o siento:
No lo quiero. Ya no lo quiero.
* "¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿Sabes tú dónde va?" (G.A. Bécquer)
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