Cuando abrí el primer ojo
ya había hecho la mitad del camino,
cuando abrí el otro,
ya había regresado,
con tristeza y el corazón de ausencias lleno.
Los pinos que me apuntalaban
yacían en el suelo mutilados,
deshonrados.
Los amigos que me arrancaban la alegría
por allí no habían pasado.
No sentí el crujir de las ramas
ni la caricia del viento en sus hojas,
pero...
pero vino el agua de lluvia a salvarme,
a caer incesante tras de mí sin mojarme,
aunque empapando
sin piedad al magnífico roble,
que con serenidad y pausada fortaleza,
me recordó que el camino está plagado
de encuentros y desencuentros,
de partidas y llegadas...,
que este año no era el año del amigo
sino de la sangre,
para la que se abre un nuevo camino.
Y acompañada toda la senda por el jabalí,
que vino a recibirme,
y por el águila que vino a custodiarme,
comprendo que la vida es solo
"Felices encuentros,
Felices partidas y
Felices reencuentros."
Que la comprensión es algo que no es nuestro
que tan solo es patrimonio de los Dioses.
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