vino volando y se posó en la baranda de mi ventana.
No era nube, no era agua,
era luna y era blanca.
Cual soneto recitado bajo el balcón de la persona amada,
ella vino suavemente y calmada.
Penetró por las rendijas
y alegremente y con desparpajo
dijo:
- ¡Levántate, qué es hora!
- No es posible,
si aún es madrugada.
Con los ojos somnolientos y desconcertada,
la busqué...
...y allí estaba,
riéndose de mí,
con risa amable,
brillante y nacarada.
- ¿Por qué me despiertas a esta hora?, susurré.
- Porque es la hora
de verte de mi
enamorada.
(Cualquier noche durante la primera primavera del año 1992)
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