Tanto te he echado de menos toda mi vida,
que me duelen hasta los cimientos.
He dado pasos de gigante y he dado pasos de ciego,
pegándome golpes contra las paredes, contra las gentes,
sintiendo en mi garganta la sangre caliente y el frío hielo.
Sintiendo la tentación en mi carne
y haciendo, por pura desidia, el amor de forma distante.
Una tarde lluviosa,
tras los cristales de cualquier cafetería humeante,
tomando un té,
te hablaré de todas las cosas que debí haber hecho y no hice,
y que justo me trajeron al lugar donde quería estar.
Quería estar aquí,
para esperarte.
No moverme ni un milímetro
de las coordenadas en las que habito
en este hermoso mundo,
tan incierto como impío,
porque sé que estás a punto de llegar.
Porque allí, en el lugar donde se forjan los sueños,
te soñé una mañana con los ojos abiertos.
Y te dije:
no tardes mucho, amor, no tardes.
Que te echaré tanto de menos toda mi vida
que me impedirá echar raíces tu ausencia,
y estaré a merced de los vientos.